Desde sus primeros días, el documentalismo fotográfico ha tenido la misión de mostrarnos la realidad tal como es, como si fuera una ventana a la verdad. Sin embargo, ¿realmente estas fotos reflejan lo que sucede o crean una ilusión de verdad que se ajusta más a lo que el fotógrafo quiere mostrar?
Hoy, en un mundo donde las imágenes se manipulan con tanta facilidad, es el momento de cuestionar si el documentalismo siempre ha sido, en algún nivel, una farsa.
La ilusión de objetividad
Desde que fotógrafos como Dorothea Lange capturaban las duras condiciones de vida durante la Gran Depresión, el público ha visto la fotografía documental como una representación objetiva.
Sin embargo, solo el hecho de elegir qué fotografiar ya implica una interpretación: el fotógrafo decide qué aspectos de esa “realidad” mostrar y cuáles no.
Dorothea Lange
Lo que vemos en una fotografía documental nunca es imparcial, porque el fotógrafo está allí eligiendo el ángulo, el encuadre y hasta el momento preciso. La cámara —en teoría una herramienta “neutral”— se convierte en un medio de interpretación.
La construcción de la narrativa: ¿representación o manipulación?
Otra parte clave del documentalismo es que construye historias que a veces distan mucho de representar toda la verdad. Un documentalista, al fotografiar una protesta, una crisis o una guerra, selecciona ciertas imágenes para darle forma al tema, y esas elecciones pueden influir en cómo el público percibe lo que sucede. La fotografía documental puede así reducir una situación compleja a una sola escena impactante que, aunque poderosa, puede dejar fuera partes importantes de la historia.
“Multitudes reunidas entre Birla House y los terrenos de cremación en el río Jumna, durante el funeral de Gandhi. Delhi, India. 1948. © Henri Cartier-Bresson | Magnum Photos”
Entonces, ¿qué tan auténtico es el documentalismo? ¿Es realmente una ventana a la realidad, o una manipulación sutil que busca provocar una respuesta emocional en quien la ve?
La complicidad del espectador: ¿queremos la verdad o algo que la parezca?
Parte de este debate también recae en el espectador. Muchas veces, el público no quiere una versión cruda o ambigua de la realidad; espera una historia clara, con héroes, víctimas y “villanos” definidos. Para satisfacer esa expectativa, el documentalismo puede convertir la realidad en una narrativa que no necesariamente refleja todos sus matices.
Greta Thunberg arrestada durante protesta. Foto Adnkronos
Esta expectativa por parte del espectador lleva a que el documentalismo funcione más como un show emocional que como un registro de la realidad, especialmente en temas de guerra o tragedia, donde el interés de la audiencia es a veces más el “voyeurismo de la tragedia” que una verdadera búsqueda de conocimiento.
Posverdad en el documentalismo actual
La tecnología ha cambiado todo. Hoy, es fácil manipular una imagen, y lo que antes parecía imposible en el documentalismo ahora está al alcance de un par de clics. Esto nos deja con una pregunta incómoda: ¿Puede el documentalismo seguir siendo relevante en una época donde lo “real” y lo ficticio se mezclan tanto?
Boceto de ‘A Sudden Gust of Wind (after Hokusai)’ © Jeff Wall
En un mundo donde la posverdad es parte de nuestra vida cotidiana, la fotografía documental enfrenta una crisis. ¿Cómo puede seguir prometiendo “verdad” si sus imágenes pueden ser tan fácilmente manipuladas y reinterpretadas?
El documentalismo como narrativa, no como verdad
Al final, es importante entender que el documentalismo no es una visión pura de la realidad. Más que una ventana a la verdad, es una forma de contar historias que selecciona, interpreta y organiza lo que vemos según la visión de quien está detrás de la cámara.
Tal vez el valor del documentalismo no está en su capacidad de mostrar una verdad objetiva, sino en su habilidad para hacernos pensar, para plantearnos preguntas sobre la realidad. Cuando miramos una fotografía documental, ¿vemos la realidad o una versión cuidadosamente diseñada de ella? Al aceptar esta dualidad, podemos apreciar el documentalismo como lo que realmente es: no como una verdad absoluta, sino como una expresión de la visión humana, con todas sus limitaciones y subjetividades.